El convencido creyente, azpetiarra de nacimiento, pero donostiarra de adopción, narró con acierto el San Sebastián previo al fatal alzamiento. Entre las heroicas singladuras de los Oquendos y los Blas de Lezo, rendÃa su pluma a ese superior ideal de la reconciliación. Por mi parte, tras haber devorado sus tan intensas como ecuánimes páginas, tocaba poco a poco olvidarlas. Los obligados doctrinarios marxistas fueron desplazando una obra familiar, pero al fin y al cabo desbordada de “cristiana tibiezaâ€. La historia sigue sin embargo reclamando lecturas templadas, amén de abrazos atemporales, imprescindibles. No sé por qué curiosos caminos vuelve con tanta fuerza José de Arteche. Trato de averiguar por qué releo con tanto interés al escritor católico. Será seguramente porque después de los fuegos que prendimos, buscamos casco de bombero y letra sabia, serena que nos reconcilie con nosotros mismos, con nuestro propio y también agitado pasado. En alguna etérea estancia el discreto empleado de la Diputación guipuzcoana atiende nuestro agradecimiento. Su legado perdura más allá del momento que sacó lo mejor de su persona y oficio. Su enseñanza tenÃa un marco concreto, el Donosti revolucionario, la Gipuzkoa explosionada en guerra, pero su esencia de compasión y abrazo sin fronteras rompe los tiempos. Hoy al igual que ayer, al igual que siempre, somos invitados/as a adherirnos a ese reclamo con el que ya en los setenta nos retó Arteche. Somos convidados a abrazar otros muertos aparte de nuestros propios muertos, a integrar otros dolores y sus relatos. El asesinato de Gladys del Estal marcó nuestra generación, nuestro Donosti rebelde y ecologista de los ochenta. Cambió incluso hasta la denominación de nuestro parque más familiar. Un insensato uniformado, respaldado por una dictadura ya descompuesta y en sus últimos estertores, la descabalgó de la bicicleta, la privó de aquellas alegres y coloridas marchas, la arrebató de nuestra cercanÃa. Bien temprano, Gladys nos enseñó que los ideales en los que seguimos creyendo de un mundo más verde y solidario, merecÃan toda la entrega. Han pasado cuarenta años y otras muertes polÃticas se fueron sumando en nuestra pequeña y hasta hace bien poco convulsa geografÃa, fúnebre goteo de diferentes colores, galones o bandos. ¿Se ensancharon nuestros brazos en la misma medida? ¿Fuimos capaces de hacer nuestros todos los caÃdos? Por más que el abuso y el atropello sólo nos puede encontrar radicalmente enfrente, quizás es llegada la hora de deshacernos de nuestro a menudo exceso de componente banderizo o tribal. Dicen que el derecho de propiedad se extingue post-mortem. La muerte no nos igualarÃa, pero sà tendrÃa la particularidad de volvernos más hermanos en nuestra enorme diversidad. Si en algo nos ha aleccionado la mal llamada muerte, es que en realidad no habrÃa muertos nuestros y muertos de los otros. Todos serÃan nuestros muertos, ya vistan uniforme verde, ya pedaleen con una flor en los labios. ¿Qué uniforme vestimos ayer, en qué uniforme nos enfundaremos mañana? ¿Y si no calzáramos siempre el mismo color, la misma ideologÃa? Quizás no haya tuyo, ni mÃo al expirar el último aliento. Quizás los muertos nos susurran que en el escenario de la verdadera vida no hay etiquetas, que el recuerdo es siempre invitado a repartir por igual. Cuarenta años no son nada. Hubiera pedaleado con gusto el pasado sábado al igual que antaño en recuerdo de Gladys. HabÃa tanto ideal en aquellos corazones, en aquellas marchas. Seguiremos defendiendo “el sol, el agua y la libertadâ€, seguiremos pedaleando por una nueva tierra en la que triunfe el noble anhelo de la reconciliación, en la que los muertos atiendan a la invitación de Arteche; en la que los vivos, muy por encima de todas nuestras diferencias, alcancemos también, siquiera en el arranque del estÃo, a abrazarnos mutua y fraternalmente. * En la Imagen Gladys en una marcha de bicicleta reivindicativa. Artaza 3 de Junio de 2019 www.koldoaldai.org |
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